Para esta segunda versión voy a hacer un ejercicio diferente. Lo contrario de lo hecho hasta ahora, voy a relatar mi primer encuentro con la obra maestra de Miyamoto. Se que en cada blog y pagina web de todo el mundo existe algún articulo relacionado con Mario 3, pero creo que la gran mayoría aborda el tema de una manera técnica y no con la carga sentimental que se merece. Esta es quizás la mejor forma de rendir homenaje al juego que tantas alegrías nos ha dado.
El titulo se publicó el 23 de octubre de 1988 en Japón y el 12 de febrero de 1990 en América. Yo no compraba revistas de videojuegos, así que se me había pasado el lanzamiento del juego, como al gobierno se le pasan los problemas de la gente. Un par de años después se me cruzaría delante sin pedirlo ni quererlo.
Corría un caluroso febrero del 92, en plenas vacaciones de verano. Vacaciones significaban gran cantidad de horas de juego. Alegría para mi, rabia para mis padres, que no veían con mucho agrado como me perdía tardes enteras jugando a las «maquinitas».
En esa época, mis amigos y yo, frecuentábamos un local de arriendo de consolas y juegos. Nos enviciábamos con juegos de peleas recién salidos al Súper Nintendo. 100 pesos equivalían a 10 minutos de arriendo de una consola, el juego y 2 controles para poder jugar en versus.
Jugando, y en lo que es quizás una de las jugarretas del destino, me descuido un momento y veo como un amigo habla con el dueño del local y este le pasa un cartucho de Nintendo con un Mario con orejas de zorro. El descuido me costo la pelea, pero poco importaba, ya que el tiempo que habíamos pagado se terminaba como si se tratase de la cuenta regresiva de una bomba.
Me llamo la atención que mi amigo arrendara ese juego en particular, ya que era el gusto común de nuestro grupo de amistades los juegos de pelea. Yo en lo personal, me había alejado del género de las plataformas hacia mucho.
Lo acompaño a la casa, o mejor dicho, me cuelo hasta ella. El no puso mayor inconveniente, ya que ambos compartíamos el mismo vicio.
Una vez en casa y frente a la tele, procedimos a instalar el Nintendo en el living. En esa época, el Súper Nintendo recién había llegado al chile y pocos se podían dar el lujo de saltar a los 16 bits. Esto hacia que el viejo Nintendo, con sus 8 bits, aun estuviera en la casa de muchos.
Con todo instalado, mi amigo, con el joypad en mano, procede a insertar el cartucho de «Mario 3» en la ranura correspondiente.
Luego viene el desastre. Una pantalla negra durante unos minutos. Un vacío en nuestros estómagos, que se traducía en una gota de sudor en nuestras frentes. El dueño del local nos había hecho tontos.
Mi amigo, en un acto de desesperación, cambiaba los canales de la televisión, prendía y apagaba el Nintendo. Pero nada pasaba. Y el vacío en nuestro estomago se hacia mas grande.
De repente, en una especie de revelación espiritual le pregunto «¿Y si lo soplas?». Cualquiera que haya vivido la era de los cartuchos sabia que un soplido en los pines del cualquier juego, podía transformar un fatídico fin de semana, en la más gloriosa experiencia.
Mi amigo sopla y pone de nuevo el cartucho. Aparece el logo de Nintendo. Funcionaba y yo, de paso, no me sentía tan «barza».
Ahí es cuando las puertas del cielo se abrieron para ambos. Todo el que haya disfrutado en su niñez este juego sabe de lo que hablo. Para darles una muestra, la trama del juego, la que supe años después, gira en torno a Mario y Luigi, que deberán salvar siete reinos en el Mushroom World de los Koopa Kids (o Koopalings, da lo mismo, son los hijos de Koopa), recuperando las varitas mágicas que robaron a los siete reyes, y salvar nuevamente a la Princesa Toadstool de las garras del Rey Bowser Koopa. No era una trama muy elaborada, pero seria de escusa.
El juego era adictivo. Cada nivel era dificultoso, cada ítem era atesorado como si se tratara de un hijo, cada traje sacado era una alegría, cada Koopa Kid derrotado era un logro personal.
Creo que el apartado de los trajes era lo mejor que se había inventado en esa época. Mi favorito personal, el cual desarrollé con los años, era el traje Tanooki. Permitía a Mario volar y convertirse en estatua (y ser invulnerable de paso). Después, supe que este traje está inspirado en el tanuki, animal mítico japonés.
En fin. La odisea en la que nos habíamos embarcado parecía nunca terminar, y solo fuimos interrumpidos por la mamá de mi amigo, que nos traía un tecito, junto con un pan con comida china dentro. Es verdad, aun que suene raro. Además estaban muy ricos.
Seguimos en la odisea. Hasta que me di cuenta, producto de mis ya cada vez mas repetidos bostezos, que era muy tarde. Más tarde de lo que soportaban mis padres. Mucho mas tarde.
De repente, el padre de mi amigo, con un tono burlón me dice: «¿te acordaste que tenias casa, cabrito?»
Seguramente noto mi preocupación, debido al tono blanco que tomo mi rostro al ver el reloj colgado en la muralla.
«Súbete al auto mejor. En 5 minutos llegamos a tu casa» replico. Mi amigo, hizo una mueca, que asumo que era una sonrisa burlona.
Esa tarde, no alcanzamos a terminar el juego. Llegamos hasta el quinto mundo, de los ocho disponibles (nueve si contamos al que ustedes saben). Supongo que nadie en esa época pudo dar vuelta el juego en una tarde. Ahora lo hacen en once minutos. Pero no reciben toda una tarde de alegría. Alegría que muchos compartimos. No por nada, Súper Mario Bros 3 fue todo un líder de ventas en su tiempo, y aún hoy sigue en los puestos más altos de los videojuegos más vendidos de toda la historia, con más de 17 millones de copias vendidas, aunque sin superar los 40 millones del juego original «Súper Mario Bros.»
Volviendo al tema, el reto que me llego al cruzar la puerta de mi casa, fue más intenso que la aventura en el Mushroom World.
«¿En que mundo vives, que no eres capaz de avisar donde estabas?» dijo mi madre, con una mirada que solo una madre te puede dar. Esas que no te ven a la cara, si no que ven directamente a tu alma, buscando la forma de llegar a la verdad.
Baje mi vista, casi como una reacción involuntaria, perdiéndome en los cordones rojos de mis zapatillas Power.
«En el mundo de los hongos» le respondí. No hilvané ni una palabra más. Más bien no pude, ya que por donde se le mirara, esta era una guerra perdida para mí.
«Ándate a lavar y acostar mejor» me dijo, cambiando su cara a una configuración mas compresiva. Quizás poniéndose en mi situación. Pensando que era mejor que me pasara la tarde jugando en las «maquinitas», a que estuviera robando cosas de los almacenes.
Ya en mi cama, pude notar cierta sonrisa en el rostro de mi padre, al pasar frente a mi cama. Seguramente había ejercido de mi abogado personal, nuevamente. Mal que mal, él fue el me me metio en el vicio de los pixeles.
«Te salvaste jabonado, huevon» me dijo. «Tu mama llamo a todos tus amigos y ninguno sabia donde estabas. Estuvo a punto de llamar a carabineros. Para la otra avisas mejor». Fue todo lo que dijo. Me dio un beso en la frente y cerro la puerta de mi pieza.
Años después, pude ver el final del juego, darme cuenta del peso que tuvo en la industria y como ahora es considerado uno de los pilares de esta. La primera vez que lo jugué era un niño y solo disfrute como tal. Solo me entregue a la diversión.
Ahora lo juego, para volver a ser un niño. Para volver a una época más simple, más ingenua, donde no tenía problemas de faldas ni financieros. ni crisis finaciera, ni gripes que amenacen a la gente.
Para volver al mundo de los hongos.